lunes, 15 de junio de 2020

Los Mursis, la tribu de los platos labiales y las escarificaciones.

Es la tribu más temperamental del sur de Etiopía, que sigue anclada en el pasado.

El Estado de las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur, cuya capital es Awasa y cuenta con una extensión equivalente al 10,41 % del total nacional. Es uno de los ocho Estados que junto a tres Ciudades Autónomas conforman desde 1995 la República Democrática Federal de Etiopía.





Como bien define su nombre, es una denominación genérica para englobar una amalgama de pueblos, etnias y tribus, en el que conviven alrededor de 45 grupos étnicos-lingüísticos, asentados en el sur y suroeste etíope que limitan con Kenia y Sudán del Sur.





El valle inferior del río Omo, que recorre 960 kilómetros desde su nacimiento en el centro del país, hasta desembocar en el amplio delta fluvial del lago Turkana, lindante con Kenia, está considerado como la cuna de la humanidad, al ser en él dónde se descubrieron los restos de homínidos más antiguos que se conocen, superiores a 3.500 años.




En el tramo final del río, el de su desembocadura, ha sido encrucijada durante miles de años de grupos étnicos de diversas culturas, que emigraron a esa región, y que muchos de ellos aún están asentados en ella. Tribus seminómadas, dedicadas antaño a la caza y en la actualidad a la agricultura y al pastoreo.





Allí se encuentra la mayor reserva natural de Etiopía, formada por los Parques Naturales del río Omo y del monte Mago. Y entre ambos, entre las estepas de Jinka y las colinas del monte Mago, es dónde está asentada la tribu más conocida y diferencial de todas las que habitan este territorio, los MURSIS.





Tribu cuya historia se remonta a los albores de los tiempos, y que llegaron a estas tierras procedentes del este del actual Sudán, dónde antaño habrían formado parte de la etnia Durma.






Llevan años sufriendo el arrinconamiento en guetos por parte de los diferentes gobiernos etíopes, siendo expulsados de sus tradicionales territorios, estando asentados en la actualidad en un espacio de alrededor de dos mil kilómetros cuadrados, habitado por los cerca de 10.000 miembros que componen la tribu.





Socialmente están organizados en clanes de carácter patrilineal. No cuentan con una estructura centralizada, sino que la autoridad de cada poblado la ejerce los “Jalaba”, el Consejo formado por los hombres casados que se han ganado el respeto del resto. Discerniéndose los intereses comunitarios a través de reuniones, previamente convocadas.





Religiosamente son animistas, aunque en las últimas décadas el islamismo ha captado adictos entre ellos. Creen en una fuerza superior, al que llaman “Tumwi”, que se manifiesta de diferentes formas y que habita en el cielo. 






Y la intermediación entre él y ellos la ejerce un sacerdote –Komoru-, cargo hereditario entre los miembros de un clan, que a su vez es el encargado de realizar los diferentes rituales de salvaguardia de los intereses comunitarios.




Su lengua es la mursi, relacionada directamente con la etnia sudanesa de la que proceden.





Los matrimonios se realizan mediante dos formas. Bien mediante acuerdos de los padres, con una dote por medio, que habitualmente son cabezas de ganado y paneles de miel, en la que influye el tamaño labial de la novia.






O bien a través del “Donga”. Ritual en el que los jóvenes solteros de diferentes clanes luchan entre sí, desnudos y con las cabezas peladas y una protección especial, provistos de largas varas de más de dos metros. 






                                                



Toda una exhibición de agilidad y elegancia, en que se pone a prueba la fuerza, valor y destreza, que de forma habitual conllevan graves lesiones e incluso la muerte. La recompensa es la admiración de las jóvenes casaderas, la elección de la que considere y el prestigio para la aldea de dónde proviene.





Los Mursis han conseguido fama mundial, a través de las fotografías y reportajes que en las últimas décadas se les han realizado, en el que se han mostrado sus peculiares características diferenciales estéticas, símbolos de la tribu.




En las mujeres por las deformaciones que realizan en su cara, realizadas en los labios y en las orejas, que distorsionan sus caras.







En los labios, deforman el inferior, en el que insertan platos de arcilla o de madera. Está práctica comienza a realizarse en la pubertad, suele ser a partir de los 14 años, y consiste en hacer un corte en el labio inferior, en el que se coloca un tapón de madera para que la herida no se cierre hasta que cicatrice.





Una vez cicatrizado, durante los años siguientes, el orificio se va estirando poniendo cada vez platos más voluminosos, a la vez que se arrancan todos los dientes incisivos inferiores para facilitar el encaje del plato.





Estos tienen una especie de surco, a su alrededor, en su parte exterior, que realiza un símil de polea, que permite la colocación y adaptación en el labio.






El tamaño labial importa, y mucho, ya que los hombres consideran que la belleza de las mujeres se incrementa a la vez que lo hace el labio. Al igual que importa para la dote en el momento de casarse, ya que incrementa su valor. Si por cualquier motivo el labio se rompe, el encanto femenino se perderá y ya no podrá casarse, sino lo ha hecho ya.





Proceder análogo realizan con los lóbulos de sus orejas, que sirve de encaje a voluminosos pendientes, habitualmente de madera. Estos se colocan mientras permanezcan solteras, y simbolizan el paso de niña a mujer, lo que les habilita para la búsqueda de marido.






Esta ancestral tradicional se relaciona con la época de la esclavitud, cuando las mujeres eran secuestradas para ser vendidas como esclavas. Con este proceder, encontraron el antídoto para que los esclavistas desistiesen de su captura, ya que la deformación de sus caras las convertían en mercancía sin valor.




En el caso de los hombres, su peculiaridad son las escarificaciones que lucen en sus brazos, pechos y otras partes de su cuerpo. Suelen ser dibujos geométricos, realizados con un punzón metálico y que para que abulten les añaden en el momento tierra mezclada con ceniza y otros elementos. 





En su caso, es una tradición intrínsecamente relacionada con su espíritu guerrero, ya que cada escarificación equivale a cada animal salvaje o cada enemigo aniquilado. Obviamente un alto número de ellas muestra su valor y aportación a la comunidad. Cuenta más tengan, mayor será su prestigio.





Estéticamente también es costumbre, en ambos sexos, la decoración de sus cuerpos con pinturas. Que obtienen de la mezcla de pigmentos naturales, bien de minerales, de vegetales o mixtos, que mezclan con ceniza y orina de animales. Pintura, que a su vez, hace la función de ayuntador de insectos.





 


En cuanto a su economía está basada en la agricultura y la ganadería, a lo que se sumó en la última década el dinero que obtienen con las visitas turísticas a las aldeas.





Lo que antaño fue una de sus principales fuentes de subsistencia, la caza, actualmente es simbólica, muy limitada e ilegal. La creación de los Parques Naturales, ha traído consigo la prohibición de que puedan entrar en ellos para cazar, y por tanto ha limitado en gran medida las posibilidades de sus capturas.





El ganado es su principal posesión material y el que marca las diferencias sociales, a pesar de que no cuentan con grandes rebaños. Es su sustento en muchas ocasiones a lo largo del año y la moneda de cambio por productos con sus vecinos en momentos de dificultad.




En su alimentación, sobre todo en niños y jóvenes, forma parte importante la mezcla de la leche y sangre, que extraen de las venas de las vacas.




La agricultura tiene una menor presencia. Principalmente plantan cereales, sorgo y maíz mayoritariamente. La climatología extrema y los largos períodos de sequía, hace que los terrenos sean en ocasiones yermos y escasamente productivos.





Su otro sustento alimentario es la miel, que obtienen de unas colmenas estilizadas que cuelgan de las acacias.





Históricamente todas estas limitaciones, han incrementado su espíritu guerrero, con continuos enfrentamientos y ataques con otras tribus vecinas, por la ocupación de las tierras y el hurto de ganados. Enfrentamientos que concluyen con importantes derramamientos de sangre, en las más de las ocasiones.





Como pueblo seminómada, van buscando en todo momento los terrenos menos yermos y más productivos para sus actividades ganaderas y agrícolas. Las aldeas las denominan con el nombre del jefe de cada una de ellas. 






Y sus hogares son chozas semicirculares, en forma de cúpula, que no superan los dos metros de altura y anchura, con un pequeño acceso y sin ventanas,  realizadas con varas y material vegetal del entorno. 





En ellas duermen y guardan sus escasas pertenencias. La realizando de la comida y el resto de actividades en su exterior.






A los MURSIS he tenido el placer de visitarles y conocer más de cerca lo que son sus poblados, los lugares donde habitan, sus vestimentas, sus peculiaridades físicas y en muy menor medida sus hábitos diarios.





Fue en febrero de 2020, con motivo de un viaje humanitario turístico a Etiopía. En concreto la aldea visitada es el denominado BERDOLE, que recibe el nombre del joven jefe, que era perfectamente identificable con su casi 2 metros de altura y su cuerpo lleno de escarificaciones, situado a unos 30 kilómetros de Jinka.




A la que se llega tras ascender unos cuantos metros de desnivel por las estribaciones del Parque, cuya superficie oscila entre los 450 y 2550 metros de altitud, y parte de la interminable sabana por una pista bastante recta, sin señalización alguna, norma común no sólo en el Sur, sino en todo el país. Por momentos hubo suerte, y pudimos observar a la vera de la pista algún animal salvaje.








Según nos fuimos acercando al actual territorio Mursi, por la carretera fuimos viendo, cual figurantes, familias posando en sitios estratégicos totalmente pintados y luciendo unos modelos de gala, que sirven de polo de atracción para que los vehículos hagan su parada, sus ocupantes saquen fotografías y ellos reciban los birr correspondientes.




 

                                                



El protocolo de visita a realizar es el mismo que las otras efectuadas. Las hay que programar previamente contratando un interlocutor ante ellos, y abonar 200 birr por cada cámara fotográfica o teléfono en su defecto, lo que permite fotografiar todo lo que se desee.






La diferencia con otras tribus vecinas, es que antes de llegar a los poblados, hay un símil lejano garita militar con bandera incluida, donde debajo de unos árboles se encuentra un grupo de soldados, o al menos uniformados como tales, como supuesta barrera, desde la que está prohibido el paso. 








Uno de ellos se sube al vehículo, es obligatorio al igual que pagar por ello, y acompañara a los visitantes durante la visita. Siempre con su fusil preparado, que a decir verdad no me inspiraba ninguna confianza, por el uso que del mismo podía hacer por un lado, y por otro porque es la primera vez que realizo una visita acompañado por un guardaespaldas armado.






Se ve que tanto el guía como el soldado mantienen buenas relaciones con los miembros del poblado, hablando con ellos como uno más y jugueteando con los niños, en una imagen insólita de soldado uniformado y armado y niños desnudos. Pero estamos en África.






La visita la hemos realizado por la mañana, a una hora temprano. Los Mursis han encontrado en el dinero que les dejan por los “farengeis” por visitarlos, dejarse fotografiar y la venta de los platos de arcilla –obviamente nosotros adquirimos un par de ellos-, no sólo la solución para cubrir sus necesidades básicas, sino que con el mismo adquieren armas y alcohol.




Parece ser que son adictos a este último, y a partir del mediodía su ingesta ya es tan importante, que se vuelven hostiles y por momentos agresivos. De ahí que sea obligatorio el acompañamiento del soldado.




   

                                                 


No quiero imaginar lo que puede ser el cóctel y sus consecuencias, de su espíritu guerrero, en el que matar a un “teórico” enemigo es un honor, con las armas que disponen –aunque siendo sinceros no hemos visto ninguna- y el alcohol. Mejor no experimentarlo.





Estar cerca de estos seres anclados en la prehistoria, aunque con vestimenta moderna, que parecen sacadas de una grabación cinematográfica, es entrar en contacto con lo que uno siempre imagina o vio en televisión y cine del África salvaje.





Está aún existe, aunque no le auguro muchos años de vida. Las tradiciones que mantienen los Mursis, en cuanto a su estética, se pueden calificar de espeluznantes. Visionar a las mujeres adultas con el rostro totalmente deforme y sus enormes platos colgando, o las secuelas que los mismos les han dejado; a las jóvenes con unos lóbulos inimaginables; o a los fieros guerreros mostrando orgullosos sus escarificaciones, conmueven.





Sobrepuesto de la primera impresión, y con la intención de hacer trabajar a la cámara fotográfica a destajo, el recorrido por el mísero poblado se hace agradable por el comportamiento de sus habitantes “monstruosos”, aunque las miradas frías y penetrantes nunca las abandonaron.





Aunque una de ellas no dudo en hacerme un pequeño coqueteo. 





Son conscientes del papel que tienen que desarrollar, incluso  algunos lucen sus mejores  atuendos y decorados, que no es otro que dejarse fotografiar. Y si las mujeres pueden vender algunos platos, mejor que mejor. 






Me imagino que ese dinero irá para ellas, no como el de las fotografías que –parece ser- es para el conjunto, con el reparto que ellos consideren por familia o clan.





Coincidente con las visitas a las otras tribus, el porcentaje de mujeres y niños es muy superior al de los hombres, o al menos los visionados.




Sus indumentarias eran muy variadas, muchas de ellas con vestidos semioccidentales, pero otras con las “shammas” que habíamos visto confeccionan los Gorze, en el monte Guge, en la entrada al gran Sur, al mundo tribal.





En los hombres su vestimenta tenía las mismas connotaciones, mezcla de ropa occidental y de shammas.




Sorprendiendo que muchos de ellos, el primero el jefe Berdole, tuviese en sus manos teléfonos móviles. Viven igual que sus antepasados, pero no desperdician los adelantos del presente. Lo bueno sería saber el uso que de ellos hacen.





Físicamente tanto los hombres como las mujeres tienen una altura media considerable. Siendo los jóvenes y hombres de contextura estilizada.




En cuanto al poblado en sí, muestra el sentido de temporalidad de la tribu, sus chozas son muy frágiles, fáciles de transportar en caso de necesidad o de abandonar por su escaso valor. Los Mursi como seminómadas, nacen con ese principio.





Sus limitadas dimensiones hace que la vida la desarrollen en el exterior, como pudimos comprobar. La molienda del sorgo, el cocinar, la preparación de frutas o la elaboración o retoque de sus platos labiales, fueron faenas visionadas.




Como también las secuelas que el Donga deja en su cuerpo. En este caso el de un guerrero con una importante perforación en una pierna, que agradeció el suministro de una toallita alcohólica, cuando vimos que intentaba curar la supurante herida.




Las sensaciones que dejaron la visita, no fueron diferentes a las realizadas a sus vecinos, aunque en esta con el incremento de constatar la existencia de la, posiblemente, tribu más fotografiada del mundo.



Viaje al pasado a un gueto encubierto. Forma de vida ancestral anclado en tiempos pretéritos. Miseria y pobreza. Conscientes de que son  ignorados por el resto del mundo, de su país y gobierno. Conscientes de que las visitas turísticas satisfacen sus necesidades básicas y el suministro de armas y/o alcohol, aunque se conviertan en figuras de un parque temático. Y sobre todo, futuro inexistente, con una historia que agoniza por los motivos anteriores.






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“Lo único indispensable para que un viaje sea completo de verdad son las gentes”. Paco Acedo (1976 -) aventurero español.




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