miércoles, 22 de abril de 2020

Lalibela, sus iglesias y las leyendas sobre su construcción.

La construcción del impresionante conjunto monástico excavado en tierra, de arriba abajo, está envuelto en un halo de leyenda y realidad.


La región y estado de la actual Amara, fue la base histórica de la unidad de la actual  República Democrática Federal de Etiopía, estando en varias de sus ciudades la corte imperial entre los siglos XV y XIX.
A ella pertenece Lalibela, situada en las montañas de Lasta, a 2630 metros de altura, cuya población se cifra en poco más de 20.000 personas, en el año 2020, compuesta prácticamente en su totalidad por cristianos ortodoxos coptos.





Antaño llamada Roha, fue la segunda capital del antiguo imperio etíope de la dinastía Zagüe, después de Axum, siendo rebautizada con el nombre del emperador Gebra Maskal Lalibela, que reino entre los años 1172 y 1212.





Canonizado por la iglesia etíope, y conocido por los europeos como Preste Juan, ha sido uno de los máximos exponentes –sino el más- de la devoción cristiana del país. A él se debe la construcción de los templos más peculiares, misteriosos e imponentes posiblemente del mundo: las iglesias monolíticas construidas bajo el nivel del suelo, de arriba abajo.






Conjunto tan sumamente singular, cuya construcción sigue en nuestros días siendo una incógnita, al no existir o encontrado, documentación alguna sobre su construcción. Cabalas, tesis y leyendas, si que ahí.




Los historiadores coinciden en que la historia de los emperadores etíopes, que han gobernado hasta 1974, que se auto consideraban descendientes directos del rey Salomón y la reina de Saba, es un mito. Que sin embargo está arraigado en los etíopes. Origen divino que ha hecho que política y religión fueran uno.




Ello y el aislamiento histórico del país, único en el continente africano en no ser colonizado, y dónde durante siglos estuvo prohibida la entrada a extranjeros, ha favorecido que la leyenda y la historia se fundiesen, siendo difícil discernir dónde acaba una y empieza otra.





La historia de la construcción del conjunto monástico, que goza de la protección de la Unesco, a través de la declaración realizada en 1979, de Patrimonio de la Humanidad, es posiblemente uno de sus mejores ejemplos.



Sobre Gebra Maskal Lalibela y las construcciones varias son las leyendas que se fueron transmitiendo de generación en generación. 






Alguna parece ser recogida en el libro de Actas de Lalibela, realizado en el siglo XV, que recoge la historia de su reinado.





Según el mismo del hijo de Zan Siyoum y primo de Yemrehanna Kristos, emperadores de la dinastía Zagüe, se dice que a las pocas horas de su nacimiento, un enjambre de abejas rodeo al recién nacido sin hacerle daño.
Su madre entendió como una señal de que estaba destinado a la divinidad, afirmando que las abejas sabían que el niño llegaría a ser rey, poniéndole el nombre de Lalibela, cuyo significado en la lengua agew es “las abejas reconocen su soberanía”.
Su hermano mayor y rey,  Kedus Harbe, temiendo que la afirmación se hiciese realidad, y él no continuase en el trono, decidió deshacerse de él y ordenó que fuese envenenado.
Así lo hizo su media hermana, pero Lalibela fue transportado al cielo por unos ángeles, dónde pudo contemplar construcciones singulares.
Dios le devolvió a la vida a cambio de que levantase en el entorno de la Roha, capital imperial, alguno de esos edificios que había visto. Las instrucciones divinas también afectaron a su hermano, quien abdicó a favor de su joven hermano y suplicó su perdón.
En el momento de su coronación mandó edificar las once iglesias monolíticas, que fueron construidos en 24 años. Su realización en tan breve tiempo fue posible a que los ángeles continuaban por la noche, el trabajo que los hombres realizaban en el día.
En otra leyenda, se transmite que debido a las hostilidades de su hermano el rey y de su corte, se exilio a Jerusalén, dónde vio las magníficas obras allí existentes. A su vuelta, consiguió el poder por medio de las armas, y decidió construir una réplica de las mismas, para que sus súbditos pudieran peregrinar a la ciudad más santa de todas, pero sin abandonar su país.
Otra, también relaciona su construcción con Jerusalén, por entonces ya conquistada por los musulmanes, siendo su construcción como una réplica de las allí existentes, para que la cristiandad pudiese seguir disfrutando de esas joyas.
Una más, le atribuye su rápida y milagrosa construcción al rey en persona, acompañado por un grupo de ángeles blancos, que incluso algunos relacionan con caballeros templarios.




Pero si una leyenda envuelve la construcción general del conjunto, algunas de las edificaciones tienen la suya propia.
En el primer grupo, en el centro de Bete Maryam, considerada como la preferida del rey por su advocación marinera, se yergue un pilar central aislado del resto, carente de base y capital, totalmente envuelto en telas.  Llamado “pilar de la unidad de la fe”, simboliza la conexión entre el cielo y la tierra. Pasa por ser el lugar en el que el rey Lalibela vio a Jesucristo oficiando la misa vestido de sacerdote, por lo que mandó consagrar el pilar, que había sido tocado por mano divina.







En el segundo grupo, la construcción de Bette Aba Líbanos, se atribuye a Meskel Kebre, la esposa del rey, que junto a un grupo de ángeles realizo la obra en una sola noche.





Sobre la construcción de Bete Giorgis, única separada del conjunto y última en construirse,  pasa por ser fruto de la visita que San Jorge le hizo al rey, mostrándole su enfado por no haberle dedicado ninguna iglesia a él. Prometiéndole Lalibela hacer una más, que sería la mejor de todas ellas, y dedicársela a él.





DESCRIPCIÓN DEL CONJUNTO.
Situadas en las colinas de la actual ciudad, talladas en el subsuelo de la roca basáltica rojiza, el conjunto formado por las once iglesias, es el principal lugar de peregrinaje de los cristianos ortodoxos etíopes. 




El primer europeo que escribió de ellas fue el jesuita portugués Francisco Álvares, en 1520. Pero no fue hasta 1939, en plena invasión del país por la italiana de Mussolini, cuando gracias al arquitecto italiano Monti Della Corte el mundo occidental supo de su existencia, ya que hasta entonces permaneció en el olvido.






Diez de ellas están distribuidas en dos grupos, más una undécima separada del conjunto. Concebidas para que su topografía correspondiera a una representación simbólica de la Tierra Santa, el primer grupo lo forman seis iglesias, que simbolizan el Jerusalén Terrenal. Mientras que el segundo, de cuatro, lo hacen del Jerusalén Celestial. Grupos  separados por el río Yordanos (Jordán), pero unidos por una compleja red de túneles, pasadizos y trincheras.






El primero está compuesto por: Bete Medhani Alem -del Redentor del Mundo-; Bete Maryam –de María-; Bete Meskel –Santa Cruz-; Bete Golgotha –Santo Gólgota-; Bete Debre Sina –del monte Sinaí- y Bete Denaghel –de las Santas Vírgenes Mártires-. Que complementa la iglesia Biet Uraiel, la capilla Selassie, la tumba de Adán y las grutas de Petros y Paulos.

El grupo monástico sigue una alineación este-oeste. Cuyo significado teológico estaría relacionado con la encarnación, representado por la iglesia de María, y la redención, representado por las otras que simbolizan la pasión y muerte de Jesús.





El segundo lo está por: Bete Ammanuel –San Manuel-; Bete Merkorios –San Mercurio-; Bete Abba Libanos –Padre Líbano- y Bete Gabriel y Rafael –San Gabriel y San Rafael-. A ellas se suma la capilla de Bete Lehem –Pan Bendito-.

Quienes representarían teológicamente  el cielo, purgatorio e infierno. Aunque hay tesis que no defienden que su creación fuese religiosa, sino que hubiesen sido recintos militares y reales.





Al oeste de ambos grupos, en la ribera norte del río, unida por un conjunto de zanjas al segundo grupo, se encuentra la undécima. Última en construirse, la mejor conservada, majestuosa, emblemática y llamativa, e ícono de todo el conjunto, de la ciudad y posiblemente del país, Bete Giorgios.
Lalibela. Bete Giorgis, el ícono de la monástica Lalibela.





REFLEXIÓN PERSONAL SOBRE TODO EL CONJUNTO.
El conjunto monástico lo visitamos en un reciente viaje turístico humanitario que realizamos a la segunda nación más antigua del mundo, y el primer reino, en adoptar el cristianismo como religión oficial. Las seis primeras iglesias las visitamos el 19 de febrero de 2020 y San Jorge y las cuatro restantes, al día siguiente.





Experiencia única, que comienza con un entorno en el que una pobreza extrema es su máximo exponente. El nefasto acceso hasta el conjunto arquitectónico y religioso que ha situado a la monástica ciudad como una joya mundial, por carretera de piedra y tierra con ruinosas casas de madera y/o ladrillos y techos de hojalata, parece preparado para predisponer al visitante a situarse mentalmente en siglos pasados. Incrementado con los “andrajosos y pedigüeños niños”, y las casas de adobe y paja, más cercanas al conjunto, y en concreto a la iglesia.





A pesar de las muchas fotografías vistas, la visión del conjunto en general, supera con creces las expectativas, cualquier calificativo que se quiera poner se quedara corto. Realmente es sorprendente, en San Jorge y en otras del conjunto a no ser por la llamativa, pero necesaria y eficiente medida de protección, hasta que no estas casi encima de ella/s no se percibe que está/n ahí.





Posiblemente,  si estuviesen construidas sobre terreno plano y continuado, y su visión se ejerciera integra desde el exterior, transmitiera menos. Sin embargo sus peculiaridades arquitectónicas, da que pensar y mucho.





Misticismo, religiosidad, sobrenaturalidad y otros calificativos similares, impregnan un lugar en el que la indeferencia deja de existir.





No son simples santuarios rupestres, como ahí muchos en el mundo, todo lo contrario. Aunque excavadas en roca por debajo del nivel del suelo, un alto número de ellos son templos de grandes dimensiones. 






Y su comunicación también es atípica, un auténtico laberinto, que alterna pasadizos, galerías, estrechas escaleras y túneles. Y complementado con oquedades, catacumbas, celdas y otros ínfimos espacios.









Construcciones tan perfectas y armoniosas, diferentes en tamaño y forma, que resulta difícil de entender que fuesen realizadas por un pueblo, que en pleno siglo veintiuno se encuentra sumido en la más absoluta miseria, que parece enclavado aún en el trece cuando se realizaron.






Lo que en él se ve, tampoco ayuda a cambiar de opinión. Oquedades ínfimas, algunas aún habitadas, que trasladan al visitante al período troglodita. Con decenas de sacerdotes custodiando cada una de ellas y sus lugares más importantes; otros en cuclillas ocupando el espacio del habitáculo, como si formasen parte del conjunto,  absortos con la vista fijada en un libro, sin inmutarse por la presencia de múltiples extranjeros cámara en ristre sin dejar de disparar, ni cuando te pegas a ellos, es una imagen difícil de imaginar sin considerar que sea un mero pose.






Sin embargo es real, es aún la forma de vida que tienen estas personas. En los tres días que llevábamos en el país fuimos viviendo la religiosidad apabullante del pueblo etíope, y la experiencia vivida en Lalibela fue la confirmación de la misma. Llevan una vida miserable, pero su creencia es máxima. Igual la religión es su pócima necesaria para sobrevivir en sus circunstancias.





Y eso que la visita cursada no ha coincido con ninguna ceremonia de las que se realiza habitualmente, ni con las peregrinaciones en las que parece ser se repiten por los sacerdotes y los creyentes los ritos y cánticos de los siglos de la construcción del conjunto monástico.





Dicho todo ello, sólo me queda decir que son auténticas joyas arquitectónicas, posiblemente únicas en el mundo y que creo firmemente que existen por su tardanza en ser dadas a conocer, que bien merecen una visita, y disfrutarlas como yo he hecho.





Lo que tengo claro es que su construcción está envuelta en un halo de leyenda y realidad, que hace aún más atractiva la visita. Sea uno u otro, es posible que sean la “octava maravilla del mundo” como algunos lo han calificado.  Yo tengo mi clasificación particular de las mismas, y ya las he incluido.





Recomendando que previamente se documenten bien de lo que van a ver, para un mayor disfrute. Dudo que lo que he visto permanezca muchos años en este estado, tanto por el conjunto monástico como por su entorno, por ello su visión aún lo valoro más.






OBSERVACIONES.
** El coste por persona para visitar el conjunto íntegro de las iglesias es de 50 dólares, que cobra la iglesia ortodoxa, en entrada única.
** Para las visitas al interior de las iglesias, es obligatorio descalzarse. Por lo que es conveniente llevar calcetines, calzas o lo que se considere conveniente, cuya reutilización será difícil.
** Algunas guías y artículos hablan de la existencia de pulgas en el conjunto, y en el interior de las iglesias. Parece ser que cada tiempo se fumiga, nosotros íbamos preparados con pantalón largo y pulseras repelentes, pero no fueron necesarias, nadie del grupo de viajeros padeció secuelas de su existencia.



MÁS INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA. ARTÍCULOS SOBRE ETIOPÍA.


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** Guía en Etiopía: Eshetu Fanta. Email: salvavidas.fanta@gmail.com Teléfono: +251 911603107
** Fotos no firmadas, cedidas por compañeros de viaje.




“Me es penoso escribir más sobre estos edificios, puesto que no se me va a dar crédito si escribo más. Juro por Dios, en cuyo poder estoy, que todo lo que he escrito es verdad. Francisco Álvares, jesuita portugués, primer occidental en ver las iglesias de Lalibela en 1521.


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