lunes, 9 de marzo de 2020

El dedo de Dios, el hito en el camino de Bahar Dar a Gondar, en Etiopía.

Situado entre las ciudades de Addis Zemen y Gondar, en el antiplano del Estado de Amara.

Amara es uno de los ocho Estados en los que junto con tres Ciudades Autónomas, está dividida la República Democrática Federal de Etiopia, cuya superficie total de 1.133.000 kilómetros cuadrados es equivalente a las de España y Francia, por ejemplo.
Su capital es Bahar Dar, situado en el denominado altiplano etiope, con altitudes que van desde los 700 a los 4620 metros, cuenta con una extensión de 161.828 kilómetros cuadrados, su lengua oficial es la aramiña y su población perteneciente mayoritariamente a la etnia amara y practicantes del cristianismo copto supera los 28.000.0000 de habitantes.



La región y Estado de Amara han sido la base histórica de la unidad de Etiopía, desarrollada durante la época imperial, siendo ciudades de la misma capital del Imperio durante siglos.
Si Bahar Dar -a la orilla del mar, en aramiño- es su capital, Gondar es la referencia histórica y cultural. Capital imperial desde 1632 a 1855, es conocida como el “Camelot africano” por su imponente y maravilloso conjunto imperial de estilo medieval “Fasil Gebbi”, declarado Patrimonio de la Humanidad en el año 1979.
Gondar. Historia viva de Etiopía.

En la actualidad ambas siguen siendo de las más importantes del país, ocupando por número de población Gondar el cuarto lugar y Bahar Dar el séptimo, siendo dos de los destinos turísticos más importantes del único país no colonizado de África.
Distantes 183 kilómetros, están comunicadas por la carretera A-3, independientemente de que ambas están dotadas de aeropuerto.
El trayecto por carretera es toda una experiencia para los occidentales, que permite conocer parte de la región histórica y dominante etíope, y sus connotaciones económicas y sociales. Y más si es de las primeras que se recorren, como ha sido nuestro caso.
Lo primero que uno aprende es que las distancias en Etiopía no se miden en kilómetros, sino en el tiempo que se tarda en recorrerlos. Con esta premisa, nos predisponemos a sufrir lo menos posible las cuatro horas de loca conducción que se tarda en realizar lo que en condiciones normales no llega a la hora y media.





La carretera asfaltada y con buen firme en su práctica totalidad, rodea todo en más de un 50 % el margen izquierdo del lago Tana, el más grande de los muchos existentes en el país con 85 kilómetros de largo, 65 de ancho y una superficie de 3.600 kilómetros cuadrados, aunque apenas se divisa.
Salva los 382 metros de altitud, que tiene de más Gondar (2.200 metros) de Bahar Dar (1802 metros), y pasa por las ciudades de Werota, Addis Zemen y Azezo. Recorriendo un territorio considerado como el “granero de Etiopía”, dado que en épocas de lluvia se recolectan hasta tres cosechas, en las que el arroz es su plantación más extendida.







Época que va de septiembre a diciembre, en el que el paisaje debe de distar mucho del visionado por nosotros el 17 de febrero de 2020, que era un campo casi sin vida, con tierra seca e impresión de pobre. Interrumpido por algunos animales en lucha por conseguir algo de pasto, y por el rosario de míseras chabolas de cañas de eucalipto –algunas con paredes de barro-  y techo de Uralita o en el mejor de los casos chapa.




Sensación que se fue incrementando según iban cayendo los larguísimos kilómetros, en los que estuvimos en gran parte más preocupados del quehacer del conductor del autobús, que a una muy alta velocidad, nos sorprendía con su habilidad para sortear los burros, vacas, ovejas, niños y artilugios rodantes que hacían suya la carretera, sin importarles el importante transito de vehículos y camiones.




Y es que el primer desplazamiento largo en carretera, nos permitió ver la realidad etíope rural, cuya vida está a la vera de las carreteras como si el resto del terreno no existiera. El trasiego de gentes cargados con lo más insospechado, sobre todo las mujeres, y de animales en todas las direcciones, junto a las humildes construcciones –por darles algún calificativo- es la visión generalizada de los viajes.


Antes de llegar a la ciudad de Addis Zemen, más menos a mitad del recorrido, la carretera hace un giro de cuarenta y cinco grados para ascender el desnivel más alto de la misma. 





Y es aquí dónde surge lo más sorprende del trayecto, una peculiar formación rocosa que se levanta en la ladera derecha de la carretera, que es el hito entre ambas ciudades.





La gran roca de más de cien metros de altura, que emerge solitaria como saliendo de la tierra entra montañas, es llamada en la zona “EL DEDO DE DIOS”, por la similitud que tiene con un dedo alzado, sobre todo desde la distancia.





El punto es casi parada obligatoria, que se agradece después de más de dos horas de tensión en carretera. En ella fuimos abordados, como preveíamos, por la chiquillería que vive en las chozas situadas a los pies de la mole, ávidos de obtener algún dinero o regalo de los extranjeros.





Ya con el atardecer, más bien noche, y con la miseria, condiciones de vida y mínimo futuro de estas criaturas, arribamos a Gondar para satisfacción general, superado con éxito el primer “rally” que nos tocaría vivir en el exótico y ancestral país africano.



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“A falta de otra prueba, el dedo pulgar por sí solo me convencería de la existencia de Dios”. Isaac Newton (1643-1727) físico, teólogo y matemático inglés.



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