martes, 17 de diciembre de 2024

Plaza de la Catedral en La Habana, la expresión del barroco cubano.

Tanto la Catedral como los cuatro palacios que la complementan son de ese estilo y construidos en el siglo dieciocho.

Con el nombre de San Cristóbal de la Habana se fundó la sexta villa por los españoles en Cuba en 1514, que en 1592 pasó a ser ciudad y a ostentar la capitalidad de la nación por la decisión del rey Felipe II, cuyo germen primigenio y el que se hallaba en el interior amurallado constituye en la actualidad el barrio de la Habana Vieja.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982, en él se mezclan con armonía cuatro siglos con una gran diversidad arquitectónica y un diseño urbanístico repleto de recuerdos de su historia como nación heterogénea. En el conviven un mosaico de sólidas fortalezas, históricas y ajardinadas plazas con edificaciones desvencijados con otros reformados transmitiendo la esencia histórica y cosmopolita que la hacen única.




Abarcando una superficie de poco más de cinco kilómetros cuadrados, con el frontal de la bahía, aún perviven restos de las murallas que protegieron el recinto militar defensivo, acoge el mayor número de monumentos de la ciudad. En la que las fortalezas defensivas y sus estrechas calles cobijan plazas adoquinadas, mansiones coloniales e iglesias, hacen de él uno de los centros urbanos coloniales más completos de América.




A diferencia de estos su desarrollo no se hizo en torno a una plaza, sino a cuatro. La de Armas, centro militar y defensivo; la religiosa de la Catedral; la comercial urbana plaza Vieja y la comercial de ultramar de San Francisco de Asís.




La de la Catedral es la más uniforme, la última en formarse, y el mejor escenario para visualizar el barroco cubano. Con viviendas desde el siglo XVI de esa época viene su nombre de la Ciénaga, al llegar las aguas de la ciudad y del mar, a la que la “zanja real” el canal que surtió de agua a la ciudad entre 1585 y 1835 y que desaguaba en el actual callejón del Chorro, pegado a ella.




Con las obras de construcción de los alrededores la zona se desecó y fue el lugar de asentamiento de familias adineradas que en ella construyeron sus mansiones que han llegado hasta nuestros días, los palacios de los marqueses de Arcos y Aguas Claras, y las de los condes de casa Bayona y Lombillo. Tomando la plaza el nombre de la Catedral, cuando la iglesia que la preside adquirió el rango en 1788.




La Catedral bajo la advocación de la Virgen María de la Concepción, remonta su origen a 1748, al ocupar ese lugar el oratorio de la Compañía de Jesús y posteriormente en 1755 la capilla de Nuestra Señora de Loreto, que en 1772 paso a ser la iglesia parroquial y ya en 1788 a Catedra cuando La Habana se convirtió en diócesis, la segunda de Cuba.




De estilo barroco de la corriente toscana por sus dos torres, de inspiración cubana, su achatamiento responde a un estilo muy típico isleño que prefiere desarrollar los edificios más en anchura que en altura. Con forma de rectángulo y tres naves prácticamente cuadradas que albergan ocho capillas laterales divididas por gruesos pilares. En la central estuvo el monumento funerario con los restos de Cristóbal Colón, traídos de Santo Domingo en 1795 y que allí permanecieron hasta la independencia de España en 1898, en el que fueron trasladados a la Catedral de Sevilla.




Situado enfrente de él el palacio de los condes de Bayona es el edificio más antiguo de la plaza, en la entonces denominada de la Ciénaga. Mansión rehabilitada en 1720 por el entonces gobernador de Cuba, Luis Bayón y Chacón, el primer conde de la casa Bayona. A finales del siglo XIX fue sede del colegio de Notarios, posteriormente de un diario y de una empresa de ron nacionalizada, para albergar desde 1969 el museo de Arte Colonial.

Como tal acoge una colección de mobiliario, porcelanas y otros objetos decorativos aristocráticos de los siglos XVII al XIX. Siendo lo más interesante los elementos constructivos del palacio, su patio de estilo clásico, su artesano de maderas preciosas, su suelo de mármol y sus vidrieras y puntos de luz.




En la esquina sudeste de la plaza, con fachada también por la calle Mercaderes, luce el palacio del marqués de Arcos. Construido en 1741 por Ignacio de Peñalver y Cárdenas, quien fuera un distinguido defensor de la corona española durante la invasión inglesa, por lo que obtuvo el marquesado en 1742. Residencia familiar hasta principios del siglo XIX, luego sede de la Real Casa de Correos, de la que queda como muestra un llamativo buzón, del Liceo artístico y literario y en la actualidad acoge el Taller experimental de grabados.




Considerado una de las joyas del barroco cubano y de la arquitectura residencial, en su interior destaca su escalera italiana y exteriormente destaca por sus balcones de rica rejería y sus vidrieras, así como por sus arcos de columnas dóricas, siendo lo más destacado de su interior.




Emplazado en el lado oeste, el palacio de los marqueses de Aguas Claras. Construido en 1775 por Antonio Ponce de Léon, el primer marqués, considerada la construcción más sofisticada de la plaza. En cuyo interior destaca su patio andaluz con tonos verdes y su fuente central, rodeado de arcos con columnas y portales. Fue sede del banco Industrial antes de la Revolución, posteriormente café París y actualmente restaurante El Patio.





Pegado a él se encuentra la antigua casa de Baños, actual tienda de arte, construida a finales del siglo XIX sobre una cisterna de 1587, en cuya esquina se encuentra la pequeña fuente del callejón del Chorro.

El conjunto barroco se completa con el palacio o casa de Lombillo. Edificada en 1741 para rica familia hacendada azucarera Pedroso y Florencia, cuyos descendientes recibieron el título de condes en 1841. Albergó la escuela municipal de música, la secretaría de Defensa Nacional, el Archivo histórico municipal, la Biblioteca histórica y actualmente es la sede de la oficina del Historiador de la Habana Vieja.




En su exterior luce la estilizada escultura del coreógrafo y bailarín flamenco español Antonio Gades. Colocada en mayo de 2007, tres años más tarde de su fallecimiento. Realizada en bronce a tamaño natural, obra del escultor José Villa Soberón.


Monumental plaza en la que es habitual encontrar santeras y santeros, que predicen el futuro a través de sus cartas ataviados con sus hábitos y fumándose un puro. Y que tuve ocasión de visitar en noviembre de 2024 con motivo de la celebración en Cuba del XXV Congreso internacional de Fepet.




 

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“El arte es poder. Solo eso o sobre todo eso, poder. No para dominar países y cambiar sociedades, para provocar revoluciones u oprimir a otros, es poder para tocar el alma de los hombres y, de paso, colocar allí las semillas de su mejoramiento y felicidad”. Eduardo Padura (1955 -) periodista y escritor cubano.

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