Ubicado en el antiguo Palacio Brunet, en él se recrea el interior de su casa noble del siglo XVIII en Trinidad. Vídeo con detalle de sus salas y parte de sus piezas.
En 1514 el adelantado Diego Velázquez de Cuéllar fundó la villa de la Santísima Trinidad en la costa meridional de Cuba, la actual Trinidad capital de la provincia de Sancti Spiritus, siendo el tercer asentamiento creado por la Corona española en la isla tras Baracoa y Bayamo.
Ciudad colonial e histórica declarada por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1988 y Ciudad creativa del mundo de la artesanía y artes plásticas en 2019, que vivió su época dorada a finales del siglo XVIII y principios del XIX, con el despegue de la industria azucarera al ser el centro de la misma, que hizo que en ella surgieran casonas y palacetes que hoy son orgullo de la cultura cubana.
El asentamiento
colonial español mejor conservado de Cuba está perfectamente conservado, tal
cual se hubiese detenido el tiempo a mitad del siglo diecinueve. Construida
gracias a las enormes fortunas azucareras amasadas en ese siglo, se hace
evidente en las mansiones coloniales existentes en su laberinto de calles
adoquinadas.
Su epicentro es su
plaza Mayor o de Serrano, compuesta por un jardín central repleto de palmeras y
cerrado con rejas blancas, alrededor de la cual se alza la iglesia parroquial
de la Santísima Trinidad y las viejas casonas y palacios de los siglos XVIII y
XIX de la antigua sociedad, algunos en la actualidad reconvertidos en museos,
como son el Histórico Municipal, el de Arquitectura o el Romántico.
Este último se
ubica en el imponente antiguo palacio de Brunet, lindante a la derecha de la
iglesia parroquial, todo un ejemplo de la arquitectura colonial trinitaria. Que
tuvo dos etapas de construcción, la planta baja data de 1740 y se fue la
residencia de la familia del capitán Felipe Santiago de Silva y Álvarez
Travieso hasta 1807, que fue adquirida por José Mariano Borell y Padrón, quien
mando construir la planta alta.
En 1830 pasa a
poder de Ángela Borrell y Lemus, casada con Nicolás Brunet y Muñoz, gran
hacendado azucarero y propietario de numerosos esclavos, que entre otros
títulos recibió el de Conde de casa Brunet de la Corona española, quienes
vivieron en ella hasta 1857 que se marcharon a España. Después de pasar por
diversos usos, como tienda de ultramarinos, hotel y sede de la Asociación Pro
Trinidad, en la actualidad y desde el 26 de mayo de 1974 acoge el museo
Romántico.
El suntuoso
palacio cuenta en su fachada con grandes arcos sobre pilares que dan forma al
portal, con pavimento de mármol y balcones volados con reja de hierro decorada.
En su interior en el que destaca el patio andaluz -considerado en su momento el
más bello de la isla-, su planta baja es de estilo mudéjar con su techo de
madera construido en 1740, siendo de neoclásico el de la planta superior, con
pinturas murales en sus paredes y suelo de mármol italiano de Carrara.
Como museo se ha
recreado la distribución interior de una casa noble colonial trinitaria del
siglo dieciocho, cuyas estancias se hallan en torno al espectacular patio, con
una amplia muestra de muebles y artes decorativas de la etapa del romanticismo
europeo del siglo XIX extendido a América.
Distribuido en
catorce espacios con salas, recibidores, comedores principales, otros para unos
especiales, salones varios –como el destinado para los señores donde fumar y
beber o para recibir a las visitas de negocios-, dormitorios, baño, letrina y
cocina, que componen un conjunto museístico en los que se exponen 900 de las
2000 piezas con las que cuenta.
Mobiliario de maderas preciosas, como el francés de 1852 de la habitación principal de cedro y caoba, con compartimentos de madera de citrus limonero con el fin de aromatizar las prendas y alejar a los insectos. La cómoda española con secreter donde se guardaban documentos, dinero e incluso las cartas de libertad de los esclavos.
O el maravilloso secreter austriaco de 1790, con 105 escenas de la
mitología griega dibujadas sobre planchas de metal esmaltadas, con meseta para
escribir y compartimento para guardar las cartas de amor. Así como otros de
maestros ebanistas con influencias inglesas y norteamericanas, con el toque
local de tapizado con pajilla adecuado al clima local, o alacenas de cedro.
Reliquias
exclusivas como la cama isabelina española de bronce y nácar. O la pieza
considerada de mayor valor del conjunto museístico, la vitrina alemana tallada
confeccionada con porcelana de Meissen, llegada a la isla después de la segunda
guerra mundial, en cuyo interior se exponen piezas de gran valor con oro, rubís
nácar, marfil o porcelanas.
Elementos entre
las que se encuentran unas curiosas cajitas denominadas “carnes de valses”, en
el que se introducían los nombres de los hombres con los que tenían que bailar
las mujeres durante toda la velada en las fiestas.
Así como finas
vajillas, cuberterías de plata, porcelanas y cristalería de las más afamadas
fábricas europeas como Limoges, Bohemia, Murano, Meissen, Sévres o Bacarat
entre otras, tanto en piezas como en lámparas; o las peculiares escupideras
para el tabaco, que no se fumaba sino que se masticaba y escupía.
Cuadros de
personajes de la propiedad, familiares o de sus personas más cercanas, como la de la cantante
soprano lirica Mary Blanc, oficiosa amante del duque a la que le construyo el
teatro Brunell para que actuase en él.
Curiosa es la
bañera de mármol de Carrera italiano de una tonelada de peso, el baño conectado
con un tubo a un pozo negro o las majestuosas cocinas decoradas con azulejos de
Manises (Valencia) y la vajilla de porcelana de Limoges.
Palacio y museo
que traslada al visitante a la gloriosa época de los acaudalados empresarios
azucareros trinitarios y al espíritu más refinado de la Cuba colonial, en que
cada pieza cuenta su historia. De cuya visita pude disfrutar en un viaje a Cuba
en noviembre de 2024, con motivo del XXV Congreso Internacional de Fepet.
OBSERVACIONES:
Enlace al vídeo de
la visita al museo con detalle de sus salas y piezas:
Museo
Romántico. Trinidad. Cuba.
MÁS INFORMACIÓN COMPLEMENTARIA. Pinchar en enlaces.
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“El romanticismo es esa fascinación que transforma el
polvo de la vida cotidiana en una bruma dorada”. Elinor Glyn (1864-1943)
escritora británica.
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