domingo, 24 de mayo de 2020

El Merkato, en Addis Abeba, el mayor al aire libre de África.

Barrio de más de 15 hectáreas, es el centro neurálgico de negocios de Etiopía.

La República Democrática Federal de Etiopía, situado en el denominado “Cuerno de África”, limita al Norte con Eritrea, al Noroeste con Yibuti, al Este con Somalia, al Sur con Kenia y al Oeste con Sudán. Es el décimo país por extensión de los cincuenta y cuatro en el que está dividido el continente, y el segundo más poblado.

Compuesta por ocho Estados y tres Ciudades Autónomas, Addis Abeba, la actual capital etíope, es una de las esas Ciudades, capital del Estado de Oromiya  y diplomática de la Unión Africana.
Capital desde 1888, es la tercera ciudad más alta del mundo, situada a 2.800 metros de altitud, ocupa una extensión de 540 kilómetros cuadrados, y su población supera los seis millones de habitantes, en la que conviven hasta 82 etnias que practican religiones diferentes, de los que el 60 % son cristianos ortodoxos.
Etiopía es el estado independiente más antiguo de África y uno de los más antiguos del mundo, estando solamente bajo los dominios de un imperio colonial –Italia- desde 1936 a 1941. Habiendo recuperado su hegemonía nacional, expulsado a los invasores y restaurando en el poder al emperador Haile Selassie, gracias a la ayuda prestada por el ejército inglés.




Durante ese período, Addis Abeba fue la capital de la África Oriental Italiana. En él, las tropas y los colonos italianos se asentaron al norte de la iglesia ortodoxa de San Rafael y de la mezquita de Anuar, en el distrito de Addis Ketema.




A unas manzanas de ambas existía un “Mercado” que rompía los moldes urbanísticos que los italianos deseaban tener en el barrio, lo que motivo su destrucción y su traslado. Alejándolo y ubicándolo al oeste de su lugar original, denominándolo “Merkato Indigino”.




Con la recuperación de la hegemonía nacional, y la expulsión de los italianos el espacio continuó siendo llamado Merkato, sin el apellido puestos por los discípulos de Mussolini.




En la actualidad es todo un barrio, habitado en su gran mayoría por musulmanes, y se ha convertido en el centro neurálgico de negocios de Etiopía, y en el mayor mercado al aire libre de África.






Su extensión se calcula en quince hectáreas, en el que conviven más de ocho mil puestos y comercios y trabajan más de veinte mil personas, estimándose en más del 60 % del dinero que se mueve en el país se efectúa en el mismo, en cuyo recinto se dan diariamente cita más de 200.000 personas.




Se calcula que unas 75.000 personas tienen su residencia fija en el barrio, estando ubicada en él la principal estación de autobuses de la ciudad y del país.





Organizado por gremios, está dividido en centenares de calles y callejuelas, con edificios íntegros dedicados a la actividad comercial, estando abierto todos los días de 10 a 18 horas, excepto los domingos. Una gran parte de la actividad está dedicada a las ventas al por mayor, con importante peso específico de los productos agrarios, especialmente el café.






Con motivo de un viaje humanitario turístico realizado a Etiopía en febrero de 2020, hemos tenido ocasión de visitarlo. Por precaución, parece ser que es el mayor nido de ladrones del país, pero sobre todo por tiempo y practicidad la visita la hemos realizado en el autobús, con una pequeña parada para sentir in situ esa peculiar forma de vida y poder sacar unas fotografías.






La visita la realizamos a media tarde, sobre las cinco de la tarde, cuando su actividad comienza a decaer,  pero incrementándose a su vez, al coincidir con el momento de retirada de muchos compradores y comerciantes.





Aunque corta y muy parcial en recorrido, ha sido suficiente para contrastar lo que se ha publicado sobre el mismo. Decadencia y espectáculo; comercio y miseria; inabarcable y  supervivencia pura y dura, pueden ser algunos de los calificativos que mejor le pueden definir.






Calles asfaltadas en perfecto estado, dan lustre a otras de tierra y sin urbanizar.  Edificios de cuatro y cinco alturas, con rótulos luminosos, aunque algo decadentes, conviven con chabolas levantadas con los más insospechados materiales. Comercios con buenas instalaciones y variada oferta de productos, con vendedores ambulanes y otros con puestos callejeros cuyas mercancías están esparcidas por el suelo. Productos agrícolas autóctonos se ofertan junto a otros importados o reciclados. El transporte en furgonetas y coches, se complementa con el de burros y el de personas que llevan sobre sus cabezas productos y artilugios de dimensiones impensables. 




Aquí todo es posible y todo es susceptible de encontrar, si se sabe busca. En un ambiente eminentemente popular, en él se da una variopinta mezcla de sensaciones, de muestras culturales, de colores, olores y humanas. En él reina la convivencia, la tolerancia y la concordia entre todo tipo de comerciantes estables y ambulantes, transportistas, mendigos y animales. La presencia policial es mínima, tanto en número como en equipamientos, y sin embargo el "orden natural" existe.






Si alguien acude al Merkato en busca de un mercado tradicional africano, dónde encontrar productos más o menos exóticos, en un ambiente de tranquilidad, en el que pasear y comprar en relativa calma, se ha confundido. Es justo todo lo contrario.






Transitar por él no es fácil, con aceras tomadas por puestos y transeúntes, y calles por todo artilugio móvil y medios de transportes más diversos. Dudo mucho que alguien ajeno sea capaz de encontrar algo en concreto que busque. Es un mundo sumergido en otro mundo.





De todo lo visto, lo que más me ha impresionado, quizá por coincidir con nuestro primer día en el país, ha sido la ingente cantidad de recipientes de plásticos de todos los tamaños, unos reciclados y otros nuevos. Miles de miles de bidones, que luego veríamos en el sitio más insospechado de la geografía etíope. Visitando el país uno lo entiende, son el salvoconducto para transportar agua, un bien escaso por estas tierras, aunque parezca lo extraño.  









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"En aquellas fechas señaladas nuestro señor longevo Soberano se dirigía al barrio más popular y bulliicioso de Addis Abeba, llamado Mercato, donde yo depositaba sobre un estrado especialmente levantado para la ocasión aquel saco, difícil de llevar y que despedía un sonido metálico y de dónde el más Bondadoso Señor sacaba la calderilla a puñados y la arrojaba sobre una muchedumbre de mendigos y demás populacho ávido. Sin embargo, la voraz chusma armaba tal tumulto que aquél acto caritativo siempre desembocaba en una lluvia de bastonazos  policiales cayendo sobre las cabezas  de la turbamulta alborotada y violenta. Entonces el Señor, dolido, abandonaba el estrado, a menudo sin vaciar el saco ni siquiera a la mitad". El taleguero del tesorero del emperador Haile Selassie, en el libro "El Emperador" de Ryszard Kapuscinski,


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