miércoles, 25 de diciembre de 2024

El Malecón el alma de los habaneros.

El paseo marítimo se extiende a lo largo de ocho kilómetros entre dos fortalezas coloniales, tardó en construir 57 años.

La ciudad de la Habana fue fundada por Pánfilo de Narváez en 1514, bajo las órdenes de Diego Velázquez de Cuéllar, con el nombre de San Cristóbal de la Habana, siendo la sexta villa fundada por los españoles en Cuba. Gozando del título de Ciudad desde 1592, por concesión del rey Felipe II al estar ubicada en ella el gobierno de la isla, pasando a ostentar su capitalidad.





En la actualidad es la más población del país, con 2.137.847 habitantes según el censo poblacional de 2022. En el barrio del Vedado, se encuentra el considerado para muchos “alma de los habaneros”, el Malecón. Un muro y paseo marítimo con una extensión de ocho kilómetros entre dos fortalezas, el castillo de San Salvador de la Punta al comienzo del paseo del Prado y el castillo de la Chorrera, a la vera de la desembocadura del río Almendares, en el barrio de Miramar.






Su diseño es fruto del crecimiento de la urbe y el diseño del “Plan Forestier” para su remodelación, entre los que se incluía como uno de los grandes objetivos la construcción de un gran paseo que abarcara toda la bahía, cual rompeolas del océano Atlántico, para resguardar la nueva ciudad de La Habana y evitar las recurrentes inundaciones que sufría.





Previo a la construcción del extenso muro de hormigón armado, el área era un lugar de arrecifes donde se tomaban baños y los pescadores anclaban sus embarcaciones, con escasas viviendas. Datando de 1819 la colocación de las piedras para facilitar el ensanche de extramuros y la optimización del espacio para permitir la expansión de la ciudad.





El diseño original lo realizó el prestigioso ingeniero Francisco de Albear y Lara en 1874, quien ideó una majestuosa avenida de cuatro metros sobre el nivel del mar, con un muro separado de la costa y una larga sucesión de 250 bóvedas en su base destinadas a usos diversos. 





Revolucionario proyecto que no se concretó por su alto coste y la negativa del gobierno español a costearlo, que hubiese sido pionero en la ingeniería mundial, pero que en cambio sentó las bases de una obra de que se sientes orgullosos habaneros y cubanos.





El Malecón cuyo significado es “dique”, en sus inicios fue llamado avenida del Golfo, lugar de donde parte, es una obra que tardó en construirse 57 años. Iniciada en 1901 en tiempos de la intervención militar americana, siendo gobernador general de la isla Leonard Woon, como bien indica una placa al inicio del mismo, y concluida en 1958 coincidiendo en el tiempo con el triunfo de la revolución comunista.


  




Ejecutándose con grandes pausas constructivas y retrasos por los vaivenes económicos del país, en seis periodos de tiempo o tramos con cambios sobre diferentes proyectos, que unieron finalmente el paseo del Prado y el castillo de San Salvador de la Punta y la desembocadura del río Almendares y el túnel de la Calzada, en los que se ganaron más de cien mil metros al mar y se rellenaron varias caletas.





En la ventana frontal al mar de ocho mil metros, calificado chismosamente como “el mayor banco del mundo”, se alzan importantes edificios históricos, así como otros más modernos y monumentos, que conviven con curiosidades y alguna que otra leyenda.





Son, por ejemplo, los castillos de San Salvador de la Punta, el de la Real Fuerza, el de la Chorrera o el torreón de San Lázaro. El hotel Nacional que con su casino fue uno de los emblemas de la ciudad en la década de los años cincuenta, la antigua embajada de Estados Unidos o el centro cultural de España. Monumentos como al de las Víctimas del Maine, cuyo hundimiento hizo estallar la guerra contra España con el apoyo de Estados Unidos, y la de los generales Máximo Gómez, Antonio Maceo y la  ecuestre de Calixto García, o la de la tribuna antimperialista José Martí.







Edificaciones que también están envueltas en leyendas. Como la conocida popularmente como “la de los ataúdes”, mandada construir con catorce balcones en forma de féretros, mosaicos de olas y una enorme piscina con misma forma en su parte alta, en honor de una niña fallecida ahogada enfrente del mismo con quince años. O que a la altura de la calle San Lázaro, en sus pivotes quedan restos de lo que en su día un cementerio.






Pese a su deterioro por la falta de mantenimiento, tanto del muro como de edificaciones de su entorno, el Malecón siempre fue y es para los habaneros más que una gran obra de ingeniería. Es un espacio de encuentro social, cultural y recreativo preferido de reunión y para sentarse frente al mar, lo que le valió la afirmación también de “mayor sofá del mundo”, al que se suman los turistas que tienen en el mismo una visita imprescindible.




Testigo mudo de la evolución de La Habana y de sus cambios, el hechizante amasijo de cemento, no solo es guardián de un fascinante patrimonio arquitectónico histórico y del siglo veinte con mezclas de estilos neoclásico y art nouveau, sino también de tradiciones enclavadas en la idiosincrasia cubana, donde se dan cita los pescadores y lugar de concentración y reunión de músicos y poetas en torno a tragos y cantando acariciados por la brisa marina.





El Malecón es historia viva y alma habanera, sin otra edificación que se le parezca, singularidad única a cualquier hora del día o noche, su sitio más cosmopolita y su símbolo más universal. Que tuve la ocasión de visionar en noviembre de 2024 con motivo del XXV Congreso internacional de Fepet, desde el gran hotel el Pardo y a borde de unos coches clásicos, tan habituales en la ciudad.




 

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“Olas violenta, sumisas, se acercan como si fueran hombros de agua que trajeran una carga de sonrisas” José Irene Valdés, poeta cubano, sobre el Malecón en su libro Glebas.

 

 

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