El paseo marítimo se extiende a lo largo de ocho kilómetros entre dos fortalezas coloniales, tardó en construir 57 años.
La ciudad de la Habana fue fundada por
Pánfilo de Narváez en 1514, bajo las órdenes de Diego Velázquez de Cuéllar, con
el nombre de San Cristóbal de la Habana, siendo la sexta villa fundada por los
españoles en Cuba. Gozando del título de Ciudad desde 1592, por concesión del
rey Felipe II al estar ubicada en ella el gobierno de la isla, pasando a ostentar
su capitalidad.
En la actualidad es la más población del
país, con 2.137.847 habitantes según el censo poblacional de 2022. En el barrio
del Vedado, se encuentra el considerado para muchos “alma de los habaneros”, el
Malecón. Un muro y paseo marítimo con una extensión de ocho kilómetros entre
dos fortalezas, el castillo de San Salvador de la Punta al comienzo del paseo
del Prado y el castillo de la Chorrera, a la vera de la desembocadura del río
Almendares, en el barrio de Miramar.
Su diseño es fruto
del crecimiento de la urbe y el diseño del “Plan Forestier” para su
remodelación, entre los que se incluía como uno de los grandes objetivos la
construcción de un gran paseo que abarcara toda la bahía, cual rompeolas del
océano Atlántico, para resguardar la nueva ciudad de La Habana y evitar las
recurrentes inundaciones que sufría.
Previo a la
construcción del extenso muro de hormigón armado, el área era un lugar de
arrecifes donde se tomaban baños y los pescadores anclaban sus embarcaciones,
con escasas viviendas. Datando de 1819 la colocación de las piedras para
facilitar el ensanche de extramuros y la optimización del espacio para permitir
la expansión de la ciudad.
El diseño original lo realizó el prestigioso ingeniero Francisco de Albear y Lara en 1874, quien ideó una majestuosa avenida de cuatro metros sobre el nivel del mar, con un muro separado de la costa y una larga sucesión de 250 bóvedas en su base destinadas a usos diversos.
Revolucionario proyecto que no se concretó por su
alto coste y la negativa del gobierno español a costearlo, que hubiese sido
pionero en la ingeniería mundial, pero que en cambio sentó las bases de una
obra de que se sientes orgullosos habaneros y cubanos.
El Malecón cuyo
significado es “dique”, en sus inicios fue llamado avenida del Golfo, lugar de
donde parte, es una obra que tardó en construirse 57 años. Iniciada en 1901 en
tiempos de la intervención militar americana, siendo gobernador general de la
isla Leonard Woon, como bien indica una placa al inicio del mismo, y concluida
en 1958 coincidiendo en el tiempo con el triunfo de la revolución comunista.
Ejecutándose con grandes
pausas constructivas y retrasos por los vaivenes económicos del país, en seis
periodos de tiempo o tramos con cambios sobre diferentes proyectos, que unieron
finalmente el paseo del Prado y el castillo de San Salvador de la Punta y la
desembocadura del río Almendares y el túnel de la Calzada, en los que se
ganaron más de cien mil metros al mar y se rellenaron varias caletas.
En la ventana
frontal al mar de ocho mil metros, calificado chismosamente como “el mayor banco del mundo”, se alzan
importantes edificios históricos, así como otros más modernos y monumentos, que
conviven con curiosidades y alguna que otra leyenda.
Son, por ejemplo, los
castillos de San Salvador de la Punta, el de la Real Fuerza, el de la Chorrera
o el torreón de San Lázaro. El hotel Nacional que con su casino fue uno de los
emblemas de la ciudad en la década de los años cincuenta, la antigua embajada
de Estados Unidos o el centro cultural de España. Monumentos como al de las
Víctimas del Maine, cuyo hundimiento hizo estallar la guerra contra España con
el apoyo de Estados Unidos, y la de los generales Máximo Gómez, Antonio Maceo y
la ecuestre de Calixto García, o la de
la tribuna antimperialista José Martí.
Edificaciones que
también están envueltas en leyendas. Como la conocida popularmente como “la de los ataúdes”, mandada construir
con catorce balcones en forma de féretros, mosaicos de olas y una enorme
piscina con misma forma en su parte alta, en honor de una niña fallecida
ahogada enfrente del mismo con quince años. O que a la altura de la calle San
Lázaro, en sus pivotes quedan restos de lo que en su día un cementerio.
Pese a su
deterioro por la falta de mantenimiento, tanto del muro como de edificaciones
de su entorno, el Malecón siempre fue y es para los habaneros más que una gran
obra de ingeniería. Es un espacio de encuentro social, cultural y recreativo
preferido de reunión y para sentarse frente al mar, lo que le valió la
afirmación también de “mayor sofá del
mundo”, al que se suman los turistas que tienen en el mismo una visita
imprescindible.
Testigo mudo de la
evolución de La Habana y de sus cambios, el hechizante amasijo de cemento, no
solo es guardián de un fascinante patrimonio arquitectónico histórico y del
siglo veinte con mezclas de estilos neoclásico y art nouveau, sino también de tradiciones
enclavadas en la idiosincrasia cubana, donde se dan cita los pescadores y lugar
de concentración y reunión de músicos y poetas en torno a tragos y cantando
acariciados por la brisa marina.
El Malecón es historia viva y alma habanera, sin otra edificación que se le parezca, singularidad única a cualquier hora del día o noche, su sitio más cosmopolita y su símbolo más universal. Que tuve la ocasión de visionar en noviembre de 2024 con motivo del XXV Congreso internacional de Fepet, desde el gran hotel el Pardo y a borde de unos coches clásicos, tan habituales en la ciudad.
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