domingo, 11 de junio de 2017

Túnez, el África más europeo.

Cultura, desierto, gastronomía, historia, naturaleza, patrimonio y playas, pilares de un país receptor de turismo internacional.


Túnez, es el país magrebí más próximo cultural y socialmente a Europa y a Occidente. Ubicado en el norte de África, su extensión es de 163.155 kilómetros, de los que 1.298 son de costa en el mar Mediterráneo, cuenta con una población muy próxima a los once millones de habitantes, en su 98 % practicantes de la religión islámica.
Su capital es Túnez desde el siglo XI en el norte del país, cargada de historia, es una ciudad moderna en plena expansión. Berebere en origen, atrajo a las élites de Al-Ándalus, y las influencias otomanas e italianas recibidas han dotado a sus barrios antiguos de un encanto especial.
Su centro es un espacio compartido por dos mundos muy diferentes: el casco antiguo que apenas ha cambiado desde la Edad Media y el la metrópolis moderna, la ville nouvelle, construida por los franceses en la época colonial, cuya frontera marca simbólicamente la puerta del mar –Bab el Bahr-.
Desde hace más de mil años la ciudad gira en torno a la medina, excepcionalmente bien conservada,  con su laberinto de callejuelas y los olores y sonidos típicos de sus zocos, rebosantes de animación y mercancías, considerada como la más bonita de los países del Magred y reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.





En las afueras se encuentra el museo del Bardo, ubicado en la antigua residencia de sultanes de la toma el nombre. Alberga una colección museística superior a las mil piezas y la más grandiosa e inigualable colección de mosaicos romanos del mundo, que se complementa con una colección única de antigüedades romanas, púnicas y griegas.






Al este de la capital, se encuentra la península Cap Bon, distante solamente 140 kilómetros de Sicilia, importante región agrícola desde los tiempos de los cartaginenses, cuyas playas hacen que sea uno de los principales destinos turísticos del país.
Entre ambos se encuentra un emplazamiento histórico único: las ruinas de Cartago, antaño la segunda ciudad más importante del imperio romano. Fundada por los colonizadores fenicios, las guerras púnicas trajeron su destrucción, resurgió de sus cenizas bajo el imperio romano, fue conquistada por los vándalos y bizantinos y alcanzó su declive total con la conquista árabe. La colina de Brisa, las termas de Antonino, el anfiteatro, las ruinas romanas, los puertos púnicos y los museos romanos y de Cartago, son sus principales reclamos y dan fe de su esplendor pasado, inscrito como Patrimonio de la Humanidad.







Al otro lado de la colina de Cartago, con vistas privilegiadas al golfo de Túnez, se encuentra Sidi Bou Said. Refinado pueblo de calles adoquinadas, repletas de flores y estrechos callejones, con casas encaladas y puertas y ventanas azules, hogar inspirador de artistas multidisciplinares,  lugar de vacaciones preferido por las pudientes familias tunecinas y referencia turística.







Los restos del dominio romano están muy presentes en todo el país, con un nivel de conservación excepcional que le convierten en referencia mundial, con yacimientos catalogados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
En el norte Útica, la hermana mayor de Cartago, alberga interesantes ruinas. En el interior noroeste Dougga, la ciudad romana mejor conservada del norte de África. Más al oeste, a pie de los poderosos relieves de la cordillera del Atlás, Sbeitla, asentamiento romano y cristiano. En el interior de la costa oriental, El Jem, primeramente púnica conoció su época dorada cuando se decantó por los romanos, conserva el tercer anfiteatro más grande del mundo por tamaño de los 230 existentes, después de los de Roma y Capua, levantado en el siglo III, conjunto de gran complejidad arquitectónica que pasa por ser la reliquia romana mejor conservada de África.







El litoral de la costa oriental, desde Hammamet hasta Sfax, atesora las mejores playas del país, zona de gran riqueza oleícola y del gran despegue turístico tunecino en los finales del siglo XX e inicios del XXI.
La kasba, la medina y la gran mezquita de Hammamet, son el contrapunto cultural e histórico, que dan un sello de autenticidad e intemporalidad a uno de los centros turísticos más importantes del país.
Más al sur está Sousse, la tercera ciudad más grande de Túnez, bastión fenicio. Sus murallas medievales, el Ribat, la Kasbah, la gran mezquita, la medina y su muralla o el alminar del complejo Zaouia Zakkak, son ejemplo de su histórico pasado reconocido como Patrimonio de la Humanidad.
El cercano Port El kantoui, levantado en la década de 1970, es junto a Yasmine Hammamet los abanderados del turismo de elite. Puertos deportivos, a píe de blancas y paradisíacas playas, con campos de golf y villas de diseño, creados como polos de atracción turísticos.







La cercana Monastir muestra una de las caras más alegres del país, ciudad universitaria y del héroe y padre de la Independencia  obtenida en 1956, Habib Burguiba, que alberga su mausoleo y una mezquita con su nombre.
El litoral oriental concluye en Sfax, la segunda ciudad más grande del país y su principal centro comercial, gracias a su flota mercante y al comercio exterior. Extendida entre las murallas de la medina y el puerto, que marcan la vida de la comercial ciudad, los edificios de la época del protectorado son otro de sus íconos.
En el interior de esa costa en medio de un paisaje de estepas, se encuentra Kairouan, la primera capital del Magreb con mezquita, anclada en un pasado lejano, protegida por su inexpugnable muralla de siete kilómetros, capital de la alfombra y Patrimonio de la Humanidad desde 1988.
Fundada en el año 670, con leyenda incluida, en ella todo gira en torno a su Gran Mezquita, edificada en el mismo año, uno de los edificios religiosos más antiguos y grandes del mundo islámico, y modelo de numerosas mezquitas hasta Al-Ándalus. Cuarto destino de peregrinación después de La Meca, Medina y Jerusalén, siete visitas a la misma equivalen a una a la Meca. Su otra gran referencia es la “mezquita del barbero”, que alberga el mausoleo de un antiguo discípulo del Profeta, Sidi Saheb.






Desde el sur de Sfax hasta la frontera con Libia, se encuentran las arenosas marismas del golfo de Gabés, único oasis del litoral del Mediterráneo, con una antigua capital que toma su nombre y considerada la entrada al Sahara.
Al sur de Gabés, a escasos 40 kilómetros, se encuentra el más grande y celebre de los pueblos trogloditas bereberes, Matmata. Caracterizados por los innumerables cráteres excavados en la roca blanda, interiores de sus casas, que los aislaban del intenso calor. En la actualidad algunas de ellas están convertidas en hoteles y otras sirven de escenografía para películas de cine, como la célebre saga de la Guerra de las Galaxias.






Más al interior, en el extremo del Gran Erg Oriental que se extiende hasta Marruecos, se encuentra la considerada “puerta del Sahara”: Douz, pequeña ciudad dónde se acaba el asfalto y comienza el inmenso e interminable desierto.





Al otro lado, un capricho de la naturaleza sorprende al viajero, un inmenso antiguo mar interior en gran parte seco, de cristales de sal y superficie brillante que forma extraños espejismos, atravesado por un carretera asfaltada, el Chott El-Jerid.
En las entrañas del Gran Erg Oriental, se encuentran Tozeur y Nefta, ciudades surgidas del desierto acurrucadas contra inmensos palmerales. Tozeur es uno de los mejores oasis del país y considera capital datilera mundial. Nefta, es el segundo lugar sagrado del país detrás de Kairouan, importante centro del sufismo en el pasado, y uno de los lugares preferidos por los cineastas.






En el golfo de Gabés, en su extremo meridional, a cinco kilómetros de tierra firme, se encuentra la isla de Djerba. Mediterránea y sahariana, con una importante población judía, fascina desde la época de Homero. Sus innumerables pozos la han convertido en un enorme jardín, que unido a la calidez de su clima, las playas de fina arena, un rico patrimonio y al enorme potencial para practicar actividades al aire libre, la han convertido en un importante destino exótico y elegante.






La riqueza natural, histórica, patrimonial  y religiosa de Túnez se complementa para el visitante, con su variada y rica gastronomía. Los sabores tunecinos son fruto de una amalgama de comida tradicional bereber con influencias de las muchas civilizaciones que gobernaron el país a lo largo de los siglos: fenicios, romanos, árabes, turcos y franceses.






Las aceitunas y el aceite, del que Túnez es el máximo productor y mayor exportador mundial fuera de la Unión Europea, está muy presente en una dieta que por su variedad y riqueza se podría incluir en la mediterránea. Su extenso litoral es la despensa de un excelente pescado y marisco fresco. En el interior la carne –sobre todo de cordero- forma junto con el cuscús –plato nacional-, la pasta y las verduras el sustento diario. En las principales ciudades, las influencias francesas están muy presentes. Rica es su dulcería, con la miel, dátiles y almendras como principales ingredientes. Sabroso su amplio abanico frutal. El café, el té y los zumos encabezan el consumo de bebidas, con una rica oferta de vino, que se produce en el país desde hace más de dos mil años, aguardientes y licores.


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“Los viajes se pueden ver desde distintas prespectivas. En primer lugar son un proyecto y eso significa que te acuestas con una idea. ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?. Por otro lado tiene un ingrediente de sorpresa, al no saber como van a ir las cosas. 

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