martes, 17 de septiembre de 2024

Pregón de Eufrasio Sánchez Martín en la XXXIV Feria de los Quesos Artesanos en La Foz de Morcín, 2024.

Leído en el acto oficial de la Feria celebrada el 15 de septiembre de 2024.

** Eufrasio Sánchez Martín, es escritor y se considera "Observador gastronómico".




Señoras, señores, autoridades, amigos todos: 

Buenos días queridos quesómanos. Sabido es que Asturias cuenta con una gran tradición en la elaboración de quesos artesanos. Se tienen testimonios de que en el ámbito rural de la antigüedad la fabricación de quesos era abundante y parte de la vida cotidiana, destinada al consumo e incluso usada como moneda fraccionaria en los trueques y ventas. Asturias tiene, por lo tanto, en sus quesos, como en otras facetas del quehacer lácteo, un patrimonio que debe mantener y acrecentar. Y en ello está. Como ha sido el hecho de figurar en el libro Guinness de los Récords en la reciente edición de la Feria de Cabrales, al alcanzar una cotización de 36.000 euros por un queso. Un hito de este producto en la historia de la humanidad. 

Cuenta la leyenda que la aparición del primer queso fue producto de la casualidad. Un pastor árabe que volvía a su morada con la leche de sus ovejas metida en una bolsa hecha con el estómago de un cordero, después de caminar a pleno sol, se encontró con que, al abrir la bolsa, la leche estaba cuajada, sólida. Este suceso la convirtió en el primer queso de la Tierra. 

Mi buen amigo Pepe Sariego, lleva algún tiempo pidiéndome que ejerza de pregonero en esta Feria de los Quesos de Morcín, que con tanto entusiasmo y acierto organiza cada año desde la “Hermandad de la Probe”. Excesivo honor el que me concede, desde luego muy por encima de mis méritos. Se equivoca, él sabrá. Aunque debo confesar que con lo que terminó de seducirme para que lo hiciera en esta ocasión fue el haberme asegurado que, como en la Edad Media, había una asignación de tres cuartos, moneda de la época para dar al pregonero, aunque en la economía medieval los tres cuartos no sirvieran ni para comprar una hogaza de pan. De hecho, durante mucho tiempo era la unidad de medida del precio del pan, aunque también era aceptada para acudir a la taberna. Por eso estoy yo hoy aquí, por lo mucho que me gusta a mi acudir a los chigres. 

Pero volvamos al queso. El prohombre de la Prehistoria andaba a cuatro patas como los monos en una época en la que nadie conocía los cuartos ni las pesetas, y mucho menos los euros. Cuando se cansó de comer raíces, escarabajos y grillos dejó sé de tonterías, se irguió y empezó a apoderarse de los frutos del árbol, incluida la manzana. Debió ser por entonces cuando la liaron Adán y Eva. Después de haber pecado, el prohombre descubrió una gama cada vez más amplia y rica en alimentos, y un buen día se dio cuenta de que cocinándolos siquiera rudimentariamente, estaban mejor. Pues bien, me atrevo a asegurar que fue a partir de aquel instante cuando la especie humana aprendió a cocinar al tiempo que alboreaba la inteligencia. ¡Tan grande ha sido la importancia de la gastronomía en el desarrollo de la mente de nuestros congéneres! El ya “homo sapiens” aprendió poco a poco a cultivar los campos, ordeñar las ovejas, exprimir y fermentar el zumo de la “vitis vinífera” para obtener el vino y a conservar los alimentos. 

Cada vez fue atando más cabos y aprendiendo más cosas aquel superdotado de la Creación. Por ejemplo, que, en el estómago de los corderos y otras criaturas sacrificados por los primeros pastores, existía una sustancia blanca, ligeramente dulzona que al mezclarse casualmente con la leche, se cuajaba, adquiría un nuevo sabor y se conservaba. Así es como nació su majestad el queso, que sigue reinando entre nosotros. Se trata de la perpetuación de la leche, como recoge don Ramón Gómez de la Serna en una de sus famosas greguerías. 

Aquí, en Asturias, aunque probablemente ya se conocía el cuajo antes de la civilización celta, fue ésta la que aportó novedades y la mejora de las técnicas de elaboración del prensado y el salado, lo que sin duda sirvió para potenciar el sabor y, sobre todo para una mejor conservación. 

Winston Churchill, en plena orgía gastronómica afirmaba al final de un copioso banquete que le ofrecieron en Francia: <<Un país que tiene más de 200 variedades de queso no se puede ir a pique>>. Suponemos que habría dicho lo mismo si el banquete le hubiera sido ofrecido en Asturias, una región que cuenta proporcionalmente con la mayor variedad de quesos de Europa, a la que siguen sumándose nuevos tipos que afianzan una forma, color, olor y sabor característicos, ampliando la nómina de los ya existentes. 

Hagamos caso de Churchill, no hay nada que temer en Asturias porque con tantos quesos (alrededor de 50), tampoco se puede ir a pique por mucho que azoten en cubierta las temidas olas de las distintas crisis. 

Es muy posible que los antiguos astures, junto con cántabros y vascones, contando con la inspiración monacal hayan sido quienes lo impusieron en sus cuevas y sus montes. Y abriendo paso a nuestra imaginación a la hora de celebrar sus victorias o sus conquistas, tal vez fuera el queso un digno colofón al festejo. No es, pues, descabellado, el suponer que el queso sea uno de los alimentos con mayor arraigo histórico-cultural de las tierras de Asturias. Cuenta la leyenda que a nuestro don Pelayo le regalaron un queso tan grande tras haber apedreado a los moros en la batalla de Covadonga, que resultó necesario recurrir a una carreta para transportarlo. 

El tratadista, maestro quesero y afinador francés Androuet de principios del pasado siglo, compartía con ambición su pasión por los quesos de Francia y del mundo. Opinaba que los quesos deberían ser expuestos en la mesa concéntricamente, comenzando por los de sabor más virginal y avanzando por la escala papilar hasta los caracterizados por su fuerte personalidad. Iba más lejos el francés cuando sugería incluso que cada pieza escribiera sobre el lomo un numerito para ilustrar a los comensales, conduciéndoles a que la degustación fuera la correcta. 

 Pasando de las mesas públicas a la intimidad y respetando con adhesión inquebrantable la filosofía de la redondez; a veces, cuando llega el momento en el que las primeras hambres aprietan, no tengo más remedio que entregarme al placer solitario del queso, el vino y el pan. El queso pide pan y ambos reclaman insistentemente, enseguida, la compañía de un buen vino. Pan, queso y vino, cómo se armonizan y cómo se necesitan entre sí durante su gozosa travesía del paladar al estómago. Los engranajes de esta saludable figura circular, girando en nuestro interior, funcionan tan bien que el deleite que originan en el “queso habiente” siempre queda lejos de alcanzar la saciedad. 

¡Viva La Feria de los Quesos Artesanos de La Foz de Morcín y los que en ella están! 

Muchas gracias. 

OBSERVACIONES: Pregón cedido por su autor.




 

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“Así es como nació su majestad el queso, que sigue reinando entre nosotros. Se trata de la perpetuación de la leche, como recoge don Ramón Gómez de la Serna en una de sus famosas greguerías”. Eufrasio Sánchez Martín, en su pregón de la XXXIV Feria de los Quesos Artesanos de La Foz de Morcín.

 

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