martes, 30 de abril de 2019

Monasterio de Santa Isabel de Hungría, en Valladolid.

Monasterio de clausura en el centro de Valladolid, dónde convive la religión, el arte y la repostería.

En el centro histórico de Valladolid, al final de la calle Santo Domingo, con entrada por la calle Encarnación nº 6, entre el cerrado monasterio de Santa Catalina de Siena –recientemente adquirido por el Ayuntamiento vallisoletano-, la iglesia de San Agustín y el monasterio de San Benito, se encuentra el monasterio de clausura de Santa Isabel de Hungría, a cuyo cargo se encuentra una comunidad de Clarisas Franciscanas.





Cronológicamente sus orígenes se remontan al año 1472, cuando la burguesa y beata vallisoletana Juana de Hermosilla funda un beaterio para religiosas franciscanas, dónde sería enterrada. En 1484, el papa Inocencio VIII concedió una autorización para que dichas religiosas se pudieran constituirse en comunidad conventual como terciarias franciscanas. Entre los años 1506 y 1513 se construyó la actual iglesia y su claustro, según proyecto del arquitecto palentino Bartolomé de Solórzano, siendo bendecida en el año 1507.





El conjunto monacal ha sido objeto de una restauración paulatina integral durante las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, con intervenciones en el claustro y en la iglesia, así como en espacios íntimos de la comunidad, para adaptarse a la función expositiva museística que ejerce desde el año 2006, siendo posible su visita desde entonces.
La comunidad toma el nombre de Santa Isabel de Hungría, al ser considerada un símbolo de la caridad cristiana en toda Europa desde su canonización en 1236. Fallecida en 1231 con 24 años, hija de los reyes Andrés II y Geltrudis de Hungría, se quedó viuda a los 16 años dedicando toda su riqueza a la construcción de hospitales y la atención de los pobres.
La fachada de su iglesia está compuesta por dos cuerpos. Sobresaliendo se encuentra el espacio de la puerta, coronado por una hornacina con la imagen de la santa húngara, con dos óculos en los laterales y dos columnas de mármol, sobre una pared de cantería y ladrillo visto con un gran arco, que parece ser fue el de la fachada principal.




La iglesia, que obedece a la tipología monasterial, consta de una sola nave, con bóveda de crucería gótica estrellada y dos coros, uno bajo junto al presbiterio y otro alto aislado mediante celosías.




Su retablo mayor está inspirado en el de la colegiata de San Luis, de la cercana Villagarcía de Campos y en el del madrileño monasterio de San Lorenzo del Escorial. Construcción clasicista, de  dos cuerpos y ático, realizado en el año 1613 por el ensamblador Francisco Velázquez.




Compuesto por cuatro paneles que contienen estatuas y relieves de los misterios gozosos, un calvario y seis grandes tallas, realizadas por Juan Imberto, con policromía de Marcelo Martínez.




Su escultura principal, la de Santa Isabel de Hungría, vestida de terciaria franciscana dando limosna a un pobre, fue realizada por Gregorio Fernández en 1621. Que sustituyó a una escultura previa de la santa, realizada por Juan Imberto, a la vez que el resto del conjunto escultórico.




A píe del retablo mayor, en el lado del evangelio, se ubica el retablo dedicado a San Francisco de Asís, realizado en la década de los años 70 del siglo XVI por  Juan de Juni, complementado con un conjunto de seis pinturas.




La escultura, que pasa por ser una de las mejores obras del artista francés afincado en Valladolid, muestra al santo italiano fundador de la orden de la Hermanas Clarisas arrodillado en una postura muy forzada, cargado de expresividad y misticismo.




La iglesia también acoge un retablo que contiene la imagen de una Dolorosa, otro con San Pablo y otro con una peculiar Virgen con pelo natural.


   


En ella se encuentra enterrado el conquistador Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y es sede de dos cofradías, la de la Hermandad Penitencial de Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, cuya escultura luce al lado del retablo de San Pablo y la de la Hermandad del Santo Cristo de los Artilleros.




Comunicada con la iglesia, destaca la capilla de San Francisco. De muros alicatados de azulejos tipo Talavera, cubierta con bóveda de crucería, está presidida por una imagen del santo obra de Juan de Juni, a cuyos píes se ubica un Cristo yacente.
Destacable es su claustro. De planta rectangular y dos plantas, se construyó según el modelo de sus vecino del convento de las Comendadoras de Santa Cruz, conocido como de las francesas, y por el se accede a la sala capitular, al refectorio, a las celdas y a otras dependencias monacales.





De cubierta con bóveda de crucería y esbeltas columnas toscanas, que sujetan dinteles y zapatas de madera, su pavimento enchinarrado está decorado con lemas y símbolos de la congregación, así como por elementos decorativos geométricos.




Su jardín interior ornamentado con diferentes árboles, lo preside un tejo centenario. Siendo visible desde el mismo la parte superior de la fachada de la primigenia iglesia de San Agustín, en la actualidad reconvertida en Archivo Municipal, así como la espadaña de la iglesia del convento, sita en uno de sus laterales.





El conjunto museístico que acoge el monasterio, abarca diferentes obras escultóricas y pictóricas de notable valor artístico, realizados por contrastados artistas. Las esculturas de las Vírgenes de la Visitación y de la Magdalena y de los Reyes Magos, los cuadros del Salvador, de la Inmaculada y de Santa Rosa, así como ilustraciones elaboradas con pelo natural de las novicias, túnicas y mantos bordados realizados por las monjas y útiles religiosos de distintas épocas confeccionados en diversos materiales, forman parte del rico patrimonio de la comunidad.




La biblioteca, guardiana de una importante colección, la sala de los trabajos textiles y la vieja cocina repleta de utensilios domésticos de alto valor etnográfico, componen el resto del conjunto museístico, que es posible visitar cada sábado o concertando visita.




Pero Santa Isabel de Hungría no es sólo un convento de clausura que aúna historia, religiosidad y arte. En él las hermanas franciscanas amén de la oración, de gozar de la paz y sosiego y ser transmisoras de tranquilidad, endulzan diariamente junto con otras comunidades contemplativas los paladares vallisoletanos.
De su obrador, dónde se combina la tradición, lo artesano y lo natural salen divinos dulces, elaborados con recetas centenarias, ancladas en tiempos pretéritos transmitidos de generación en generación de hermanas, que en gran medida es su sustento económico de las catorce hermanas que allí residen.




Su oferta de repostería conventual abarca desde los amarguillos, feos, mantecados y tejas de almendra, cocadas, pastas isabeles y de té, roscas de San Francisco, yemas de Santa Clara, que comercializan empaquetadas en cajas, pasando por empanadas y empanadillas de bonito, ochos de jalea y chocolate -que según un estudio reciente son los mayores que se comercializan en toda la ciudad-, brazos de gitano o canutillos y roscos, hasta magdalenas, sobaos, mantecadas o paciencias.






MÁS INFORMACIÓN. Pinchar en enlaces.

“Paz y bien”. Lema franciscano.

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