jueves, 25 de agosto de 2016

Fiesta del Asturcón. XXXVI edición. Pregón de Sebastián Álvaro

Pregón íntegro leído en la XXXVI edición de la Fiesta del Asturcón, el 20 de agosto de 2016.

¿Qué pinto yo aquí? Será quizás porque uno de los primeros recuerdos que tengo provienen de la primera vez que vine a Asturias, y mi tío me estaba esperando con un caballo en el Crucero para llevarme a la aldea de mi madre, Vallamonte, cerca de Tineo, en el occidente de esta tierra que en buena medida también es la mía. Pues toda mi sangre aventurera me llego de estas montañas. Aquella vez fue la primera que, con cinco años, vi la nieve y a lomos de un caballo crucé un puerto de montaña.
Mi madre, un paisaje, la montaña y el Sueve. Un paisaje bello, enclavado entre el mar y la montaña, que sirvió de límite por astures y cántabros, hoy es un paisaje idealizado desde el romanticismo, que nos hizo mirar de una forma diferente los paisajes que nos rodean, pero que fue humanizado durante siglos, es decir largamente sufrido y trabajado.
El Sueve, habitado al menos desde el paleolítico, como testimonia la cueva del Sidrón, y luego por los testimonios de los romanos, que nos dejaron quizás el nombre de sus dioses y sus confines. Y que supieron ver las posibilidades de los asturcones y la valentía de sus pobladores. Hay muchos testimonios que unidades de caballería astur, seguramente a lomos de asturcones, lucharon en lugares tan lejanos para defender la frontera del Danubio o la muralla de Adriano en Britania. Es esta pues, una tierra largamente habitada, duramente trabajada, hasta nuestros días. Este paisaje que nos rodea es fruto del clima y del trabajo de generaciones.
Pero no vengo a hablarles del Sueve ni de los Asturcones, sería una pedantería que ustedes no merecen. Mi madre, siempre dijo que era, con diferencia, el peor hijo que había tenido. Aventurero y rebelde. Por más que el diccionario recoja otra acepción menos elegante y nos recuerde que, a veces, los aventureros somos “hombres sin oficio ni profesión…. que viven a costa de las mujeres….”.
El Caballo, la Aventura y la Libertad. La relación del hombre y el caballo ha sido vital para la estabilidad de la civilización. El Asturcón es un símbolo del Sueve. Las pinturas rupestres en todo el norte de España nos dan testimonio de los primeros caballos salvajes, de esa relación del ser humano y los caballos, y el arte. Desde Altamira todo es decadencia. Y además, de la  Libertad. Podríamos asegurar que aquellos caballos libres fueron desde aquellos tiempos el símbolo de la Libertad. Y poco después, de la Aventura.
No hace mucho leía a su autor, Jared Diamond, que la domesticación del caballo, su transformación de animal salvaje a forma parte de la familia de los humanos, se remonta a unos seis mil años Y aquél hecho fue transcendental en la evolución de aquellos seres humanos que unos miles de años antes había pintado en las cavernas a aquellos primitivos caballos salvajes que corrían en libertad por lugares como estos.
Sólo en los últimos 10.000 años algunos pueblos del Creciente Fértil lograron iniciar la tarea de domesticar animales salvajes y cultivar plantas. Aquel suceso cambiaría la historia de la Humanidad. De las 148 especies de grandes mamíferos herbívoros, sólo14 pudieron ser domesticados. De ellos sólo cinco tuvieron importancia en todo el mundo: la vaca, la oveja, la cabra, el cerdo y el caballo. Y sin duda el que mayor contribuyó al cambio de vida de la sociedad, la agricultura, el transporte y las guerras de conquista fue el caballo. Fue en Asia dónde se lograría domesticar a aquellos primeros caballos que luego cambiaron, y mejoraron, nuestra vida y más tarde el mundo. Las tribus que tenían caballos disfrutaban de una ventaja militar sobre las que no lo poseían.
Por aquella “autopista de las estepas” de Asia Central, por donde nos vinieron los caballos, llegaron después hordas de mongoles que se adentrarían hasta Europa, arrasando cuanto se ponían a su paso, pero estabilizando la zona y haciendo de la Ruta de la Seda, una de las vías de comunicación, de mercancías y de personas, más largas e importantes del mundo.
Hace unas semanas, me encontraba a orillas del río Jhelun, uno de los ríos más importantes de Asia y que ha convertido al Punjab en el granero de Pakistán. A orillas de este río hace 2300 años Alejandro libró su batalla más importante y que después ha sido puesta como ejemplo para generales y guerreros de todos los tiempos. Era el último obstáculo que le quedaba al joven Alejandro en su conquista para llegar al fin del mundo, sólo quedaba la India y China para llegar al mar Oriental. Se enfrentaban los jinetes de la caballería macedonia, que Alejandro había transformado y dotado de mayor movilidad en un tiempo en el que todavía no se conocían los estribos, frente a los carros, los arqueros y los elefantes del rey Poro. Fue una batalla feroz, que comenzó con una carga de caballería y en la que Alejandro quedó admirado por la valentía de su contrincante, y al que trató con respeto y generosidad. Alejandro dejó que Poro siguiese de rey en la zona y fue uno de sus colaboradores más fieles. Pero en esa batalla Alejandro perdió a un compañero imprescindible y que estaba a su lado desde mucho antes, que durante ocho años le había llevado por desiertos y montañas durante 20.000 kilómetros. Era Bucéfalo, el caballo que fue venerado, enterrado con honores y al que Alejandro dedicó una ciudad a orillas de ese río en que me encontraba.
Aquel caballo, junto a los otros que formaron la caballería griega, fueron esenciales para que Alejandro llegase casi al final del mundo desconocido, para que se saciaran las ansias de conocimiento de aquel muchacho que cambiaría el mundo como pocos, para que el helenismo llegara a Taxila y la India. Cuando la brutalidad fanática de los talibanes destruyeron los Budas de Bamiyán, muy pocos cayeron en que los ropajes de aquellas monumentales estatuas llevaban ropajes helénicos y que hubo un tiempo en el que el helenismo y budismo estaban fusionados proporcionando una cultura con un alto grado de civilización que no lo tenían quienes ordenaron su voladura.
A finales del siglo XVI dieron comienzo los viajes transoceánicos que supusieron la primera gran globalización del planeta. En 1520, cuando Magallanes cruzó el estrecho que lleva su nombre, la Tierra se hizo definitivamente redonda y se crearon las bases del mundo moderno, de los imperios marítimos y del comercio global. Pero si pequeños grupos de exploradores españoles fueron capaces de derrotar a dos grandes imperios, como el Inca y el Azteca, fue gracias a la valentía de unos soldados dispuestos a traspasar los confines de lo desconocido y a la utilización de caballos. Aquellos caballos mestizos que poblarían el continente americano, los mesteños, que han terminado dando nombre a uno de los legendarios coches, el Mustang. Aunque es probable que ahora para muchos jóvenes sólo sea el símbolo de ese coche, pero hace 6000 años los caballos permitían cubrir distancias mayores, el factor sorpresa, arrastrar cargas y ayudar en las tareas agrícolas.
El caballo fue el animal que nos acompañó en Aventuras y desventuras. Bucéfalo acompañó a Alejandro en su entrada triunfal en Persépolis, Rocinante a Don Quijote en su pelea contra los molinos. Y a millones de agricultores en el trabajo diario. O a Hernán Cortes en la carga de la batalla de Otumba. Allí, después del desastre de la Noche Triste, la caballería era lo único a donde podían encomendarse. Los  historiadores cuentan que seguir huyendo ya no era una opción. Unos 10000 guerreros aztecas se enfrentaron a unos 400 españoles y 3.000 indígenas aliados. Cortés escribió que los españoles ante tantos enemigos eran “como una islita en el mar”. La carga de Cortés y sus jinetes sorprendería a los aztecas y sellaría la suerte del imperio azteca.
El dominio de la caballería en las guerras no acabó hasta el final de la Primera Guerra Mundial. El caballo no sería sustituido como medio de transporte y asalto hasta la introducción del coche, el camión y el tanque hasta comienzos del siglo XX.
Pero cuando la geografía del mundo parecía terminada y los caballos inservibles, de repente surgió una geografía indomable que traía del brazo la irresistible llamada del misterio, del exotismo y del riesgo: espacios salvajes, mares tormentosos, fuentes de ríos que se perdían en la leyenda, desiertos y junglas impenetrables, el aire enrarecido de las grandes altitudes –donde residen los sueños más imposibles de los alpinistas- y el frío insoportable de los Polos. Fueron los tiempos de la explotación moderna, realizada por hombres y mujeres cuya inteligencia, determinación y valentía nos parecen inconcebibles. Caballos acompañaron a Scott camino del Polo Sur y a Mallory en el Tibet camino del campo base del Everest.
En realidad todo lo que hemos hecho desde entonces ha sigo seguir sus pasos. Probablemente, de haber nacido un siglo antes me hubiera gustado reencarnarme en uno de esos geógrafos desconocidos que a lomos de pequeños caballos exploraron y cartografiaron el Himalaya y el Karakórum, como el capitán Montgomerie, se internaron en el Tibet y sufrieron privaciones y sacrificios de todo tipo. Para mi desgracia ya están medidas todas esas grandes montañas y no tengo alma de misionero ni militar. Soy periodista y documentalista y espero que los documentales de “Al filo de lo imposible” hayan impulsado el corazón y la cabeza de nuevos jóvenes alpinistas y aventureros. Por supuesto me alegro de que haya sido así, pero creo que tenía razón mi madre y de todas formas hubiera sido rebelde y aventurero.
No me imagino nada más hermoso que partir de viaje hacia tierras desconocidas, en las que cualquier cosa puede suceder. A esos espacios donde, como en el anuncio de Shacleton, siempre hay incertidumbre y todo es azaroso, e internarse en ello supone “peligro constante” y no hay “garantía de regreso”. Esos viajes, junto a los amores, amigos y unas pocas lecturas, es lo único que llevas a la tumba. Porque en esencia somos la suma de lo que hemos vivido y lo que hemos amado. En definitiva, seguiría siendo aventurero en la más noble de las acepciones que me brinda el diccionario. Me hice aventurero leyendo tebeos del Capitán Trueno (su creador Víctor Mora acaba de fallecer estos días). Son esos relatos –que me compraba mi madre los domingos- los que poblaron mis sueños de aventuras y me empujaron a salir de casa, haciendo bueno lo que escribió Rudyard Kiplong, pues “en última instancia, en el mundo sólo hay dos categorías de hombres: los que se quedan en casa y los que no”. Yo no quise quedarme en casa a ver pasar la vida desde la ventana, sino que salí a vivir allí fuera. En el fondo somos vagabundos siempre en camino, nómadas que dejamos de serlo hace poco, donde el sentido de la vida es, como ya nos contaron los poetas, de Machado a Cavafis, es precisamente recorrer el camino. Es esa búsqueda constante la que nos hace específicamente humanos. El atractivo de la Aventura se encuentra tanto en los grandes paisajes como en los oscuros abismos de nuestro interior.
Amigos, en definitiva, el tiempo nos ha enseñado que los seres humanos encontramos la Aventura por los caminos del planeta, a lomos de nuestros caballos que desde entonces nos han acompañado en las más maravillosa de ellas: Adentrarse en lo Desconocido, lanzarse a llegar más allá de lo permitido de lo que se marcaban las columnas de Hercules. Porque la Aventura es el tiempo de la Plenitud, el tiempo en el que los seres humanos estamos atravesados por ansias de infinitud y no estamos diseñados para ver pasar el tiempo, sino para llenar el tiempo de vida.
La Aventura nos recuerda que el tiempo no sólo se mide en longitud sino en intensidad, en profundidad, en emociones. Que es más importante la forma en que vivimos que la longitud del tiempo que dura nuestra vida. Por ello tenía razón el explorador francés Paul Emilé Victor, cuando afirmó que “la aventura es la única forma de robarle tiempo a la muerte”. Acabo de regresar de una durísima expedición pero, si quieren que les diga la verdad, ya estoy pensando en partir de nuevo. Porque amigos, somos, vagabundos del mundo o, como bien dijo Cortazar –que acuñó una nueva y hermosa palabra en castellano- en ser VAGABUNDO. Lo soy porque hace tiempo que comprendí que más que encontrar respuestas el sentido de la vida reside en hacerse preguntas, en una búsqueda permanente de lo que nos rodea y de nosotros mismos. Y doy gracias a Dios por qué me permitió nacer en un tiempo en que todavía eran posibles los caballos. Necesitamos estos caballos y estos paisajes que nos recuerdan que aún son posibles los sueños, las aventuras y la libertad.












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“La relación del hombre y el caballo ha sido vital para la estabilidad de la civilización”. Sebastián Álvaro (1950 -) aventurero y escritor español.

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